LOGORREA.

AVISO DE CONTENIDO: Esta entrada es intensa y es larga. También es muy personal. Si no tiene energía emocional, deténgase. Si no tiene tiempo, deténgase. Si no quiere llorar, deténgase. Si se quiere reír, prosiga.

*

Comienzo en media res.

…aprendiendo a simplificar. Creo que lo heredé de mi madre.

Eso es todo. Cambiemos el tema.

*

Confieso:

Llevo ya casi 3 años buscando formas de sanar mi duelo. Ha sido una labor muy ardua—¡y lo que me falta! Pero tengo que hacerlo porque no puedo vivir toda mi vida con la cabeza firmemente atascada en el culo de un muerto. Ni que yo fuera supositorio.

La semana pasada me reuní con mi directora de tesis para hablar de cosas. Nuestras conversaciones siempre son muy generativas porque ella, maestra al fin, ha aprendido con los años a entenderme y a hablarme de manera sutil y efectiva. Tú sabes. De la forma correcta para que yo no me vaya en espiral. Yo soy difícil de entender pero valgo la pena. Al menos eso me dice la gente que me quiere. Tómenlo con un grano de sal.

La conversación fue un poco deprimente, les dejo por aquí un pedacito de la misma porque ¿quién no quiere estar deprimido un domingo?:

–Tienes que entregarme algunas páginas porque te me estás atrasando.

–Sí, lo sé.

–Porque no me cuentas porque no puedes escribir.

Quisiera decir que me inventé algún embuste para quedar bien con ella, pero no. Todo lo contrario. Abro la boca y se me escapa la vida. Hablo hasta que mi pecho se convierte en una ventana y me desbordo. Aprendí esa técnica en una clase de escritura creativa surrealista cuando estudié en Amherst. En aquel entonces, no entendía el concepto. ¿Cómo carajo hago que mi pecho se convierta en una ventana? Pero ha llovido mucho—literal y figurativamente. Hoy día, entiendo la técnica tan bien que la empleo inconscientemente. Pero bueno, he aquí una cuasi-facsímile dramática de como la conversación que tuve con la profesora fluyó luego de que las tetas se me transformaran en una ventana Miami:

–Pero yo amo mi trabajo. Usted sabe lo mucho que amo mi trabajo. Pensar. Enseñar.

–Lo sé. –Me responde con paciencia. A estas alturas me conoce bien y sabe que necesito reafirmar cosas que nunca han estado en cuestión.

–Pero debí haber estudiado otra cosa. Debí haber sido abogada o médico como me decían todos. Aunque esas son profesiones de ricos. Yo no tenía para pagar esos grados. En lugar, elegí esto. Aunque me endeudé de todas formas. Con o sin matemáticas. Entonces ya no pude quedar en nada. No pude llegar a tiempo. No pude generar suficiente dinero para sanarla. Entonces ella se murió y ahora tengo que bregar con esa. Blah, blah, blah.

(PARÉNTESIS: En esta representación incluí cosas que no dije, pero sí pensé. Como dije, esto es una cuasi-facsímile. No crea todo lo que escribo. A mí me gusta irme en viajes hablando mierda. Sería tremenda política. Mi especialidad sería la técnica filibustera. No sé como mis amigues me soportan.)

Sigo hablando como si nada. Le digo mil cosas más. Tiro uno que otro chiste para amortiguar los puños emocionales que le estoy dando sin querer a esta persona que lo único que quiere es ayudarme a terminar mi grado para que yo pueda continuar mi vida. Para que pueda por fin publicar el libro intelectualucho que llevo imaginando por 4 años. (Como si fuera tan fácil. Ese libro no va a salir por mucho tiempo.)

Usualmente, la profesora deja que me vacíe sin interrupciones. Pero ese día me para en seco. Me asusto porque pienso que el bocho es inevitable y yo odio que me regañen. Preparo mi güiro mental porque veo el “atúquiti jua” venir. No quiero mirarla a la cara, mas sé que es importante hacerlo en estos momentos.

–Dijiste algo que necesito discutir.

–¿Qué? –Ella siempre nota cosas que yo no.

–Qué tu mamá se murió y qué fue tu culpa.

–Ah…

Siento como mis ojos comienzan a aguarse. Ella me va a decir cosas bonitas y no me las merezco. Necesito que no diga nada. Bajo la cabeza.

–No fue tu culpa. No fue tu culpa. No fue tu culpa.

–Pare, por favor, que voy a llorar.

–No fue tu culpa.

Me hago mierda. Ella me deja. Seguimos la conversación aunque esté llorando porque yo puedo llorar sobre una cosa y hablar de otra a la vez. Es un talento heredado. Ella me deja fluir. Le cuento sobre mis ideas. Ella me ayuda a organizarlas. Las dos sabemos que no estoy trabajando lo suficiente en la tesis y es porque mi tesis es sobre el huracán María y, por ende, es un “trigger” para mí. That’s it. That’s the reason. Quien le diga que lo más difícil de “grad school” es leer y escribir es un nene ‘e teta. Lo más difícil es leer y escribir mientras la vida te vive. Se tenía que decir y se dijo.

Pero volviendo al tema: le prometo a la profesora que voy a entregarle mi capítulo a fin de mes, aunque sea una mierda. No sé si me cree, pero al menos ahora tiene contexto—y yo también. Antes de colgar la llamada, me alienta una vez más. Me habla cálido. Me hace las preguntas correctas. Es una gran mentora. (De paso les digo que esta es la primera y última vez que voy a hablar de las conversaciones que tengo con mi mentora en este blog porque algunas cosas son personales. Futuros estudiantes graduados: tomen nota. Algunas cosas se deben quedar entre dos. Como sus ideas más brillantes hasta que estén listas para salir del horno. No es tan difícil. 1 + 1 no es lo mismo que 1 + todas las personas que usted siente que tiene que impresionar. Tome nota de nuevo: no tiene usted que impresionar a nadie. La gente que sabe de luz podrá ver la suya aunque usted la tenga metida en el culo. La luz. Aunque tenga la luz metida en el culo. Usted me entiende.)

Terminamos la reunión y me siento inspirada. Le digo que voy a escribir. Ella se hace la que me cree. Yo me lo creo de verdad. La realidad sigue en veremos. (Karla, yo voy a ti, clap clap clap clap clap.)

Ha pasado una semana y no he escrito nada. (Whomp, whomp.) No es porque no tenga ideas, conocimientos, argumentos, libros que diseccionar… Es que no puedo. Necesito sanar mi dolor. Pero no sé como. Se me ha olvidado cómo ser máquina. Se me ha olvidado servir. (Canción que me viene a la mente:  el coro de “Volcán” de José José.)

Quizás estoy así porque ya no fumo. Y nunca me ha gustado beber. Comer demasiado me estaba matando. No comer no es una opción. ¿Qué hago? Pues, hago lo más sensible que se me ocurre: me dirijo a Google a buscar un servicio astrológico gratuito para ver si por fin aprendo como luce mi carta astral y poder echarle la culpa al cosmos de todo lo que me pasa en la vida.

Meto mano. Abro un “tab” nuevo en Chrome y escribo: “free natal chart”. Aparecen varias opciones. ¡Enhorabuena! Algo sencillo y fácil de completar. Justo lo que necesito. La primera opción ofrecida por Google me es familiar ya que es un app bastante popular. Click. ¡Qué emocionante! ¿También escucha usted ese violín?

El servicio: ¿Dónde naciste?

Yo: Mayagüez, Puerto Rico.

El servicio: ¿Cuándo?

Yo: 27 de diciembre de 1988.

El servicio: ¿A qué hora?

Yo: ¡Puñeta! ¿Por qué nada en mi vida puede ser fácil?

Miren, yo sé que nací a las seis y pico de la noche. Pero no me acuerdo del pico. Si mami estuviera viva, ella sabría, pero, como ya saben, estoy jodía en cuanto a eso se refiere. Mas yo no me doy por vencida y hago lo más sensible que se me ocurre: llamo al Centro Médico de Mayagüez. ¿Por qué al hospital y no a un familiar? Pues, porque ¿quién carajo se acuerda de la hora exacta en la que una nieta o sobrina nació? Sólo mami lo sabe y se llevó el secreto a la tumba con ella.

¡Ah! Pero, ¿no tienes un libro de bebé? Miren, si mi libro de bebé todavía sigue con vida, está secuestrado junto con mis fotos de bebé. No me pida más contexto que ese. Algunas cosas son personales.

Anyway, llamé al Hospital Ramón Emeterio Betances, mejor conocido como Centro Médico de Mayagüez, hoy día “Mayagüez Medical Center”. Qué bello es todo. Asumo que ya para el año que viene, Mayagüez se llamará “MayaWest” oficialmente. O peor: Mayaguez (sin diéresis) Citi (con “i” de punto en honor a su nuevo dueño: Citibank).

Volvemos al tema: llamo al hospital. Me responde la operadora. Le digo que necesito saber la hora en que nací. Al principio, la muchacha se hace un ocho, pero buenagentemente me transfiere a “record” médico. Ahora es que empieza lo bueno. Siga leyendo.

–Buenas, “record” médico, le habla Perse. –Por si no es obvio, “Perse” es el apodo que le estoy dando a la doña que contestó el teléfono. Ya verán porqué.

Dato importante: Yo quiero caerle bien a Perse para que me ayude. Aclaro: Yo necesito caerle bien a Perse. Gracias a Dioj, en el 2012 y 13, trabajé en un hotel para pagar mis deudas con la universidad en Amherst. Gracias a ese trabajo, adquirí unos conocimientos bien importantes. Por ejemplo: cómo lamberle el ojo a la gente por teléfono. Saco mi “hospitality voice” del armario y me disfrazo de gente chula.

–Muy buenos días, Perse, ¿cómo está? –Entiendan que sueno como artista de película. De repente soy debutante del Sur de EE.UU., que no es lo mismo que ser de Ponce, y sueno como mantequilla pura. Miren que se me paran los pelos pensando en toda la dulzura que me saqué de la manga.

Perse cae en un silencio fúnebre. Me pregunto si se murió porque, puñeta, así de mierda es mi suerte. Pero la escucho respirar así que espero paciente a que responda mi pregunta. He aquí su respuesta:

–¿Quién me habla?

¡MIREN! Esta señora me ha hecho esa pregunta con una PERSE tan cabrona que estoy convencida que le debe chavos a alguien. Quizás a Citibank. Ese “¿quién me habla?” tenía un carajo omitido. Yo lo escuché a pesar de que ella no lo dijo. Marayo palta. Me toca actuar como si nada, obviamente, y darle todo lo que me pida, incluyendo algún órgano vital si es necesario.

–Buenas, sí, le habla Karla Rodríguez. Estoy llamando porque tengo una pregunta muy importante que hacerle. –Por favor recuerden que necesito echármela en el bolsillo porque de esta mujer depende prácticamente mi vida. –Yo necesito conseguir un acta de nacimiento que indique la hora en la cual nació un niño. –Antes de que me coman viva, sepan que no era el momento de utilizar lenguaje inclusivo. No lo intenté. ¿Quién sabe si Perse es de esas personas que piensan que el género es una ideología? Mira, no, no era el día de montarme en esa tribuna. No, no.  Prosigo. –¿Con quién debo hablar para conseguir esta data? ¿Puede usted ayudarme? –Necesito que sepan que no me comí ni una sola “s” al hablar. Gracias. Necesito mi Oscar.

–¡Ah! –Ella contesta. Es en ese momento que sé que me jodí. –Pues déjeme indicarle que todo depende de cuánto tiempo estemos hablando. ¿Cuándo nació el niño?

–Este, pues, la niña soy yo y nací en el 1988. –Me río nerviosamente. Perse se ríe también, pero como con emociones emocionantes.

–Pues déjeme decirle que eso es imposible. –Como les dije: ME. JO. DÍ. Y pensar que a mí ni siquiera me gusta la astrología y mírenme aquí, pasando malos ratos innecesarios por culpa de la bendita carta astral. Pero la necesito. Le hago a Perse la pregunta de los setenta-mil chavitos:

–¿Imposible?

–Sí. Imposible. Las actas de nacimiento aquí cada 10 años se decomisan. ¡Y usted quiere una de hace 32 años!

MIREN. Yo seré casi doctora—a este paso quizás ni lo sea porque, como ya saben, no puedo escribir—pero tuve que buscar la definición de “decomisar” en el diccionario. La RAE, como siempre, no me ayudó para nada ya que la definición que me dio fue la siguiente: “Declara que algo ha caído en decomiso”. Busco entonces la palabra “decomiso”. La definición que me ofrece la RAE es la siguiente: “cosa decomisada.” MARAYO PALTA. QUIERO LLORAR. Pero tengo que ser fuerte. Sigo leyendo: “Pena accesoria a la principal que consiste en la privación definitiva de los instrumentos del producto del delito o falta”. Recapitulemos: ME. JO. DÍ. Ahora ustedes: TE. JO. DIS. TE. Gracias. Lo sé.

–Ay, qué óspera. –El disfraz se me está cayendo. Carraspeo. –¿Entonces no hay forma de recobrar esa data?

–No. Y basta decir que este hospital lo han vendido como 3 veces. Ahora los dueños son una agencia que se llama “Mayagüez Medical Center”.

–Ya veo. –Por lo menos me enteré del chisme.

–Sí. Sí. Bendito. Lamento no poder ayudarla. –¡Ajá! Me la gané.

–Bueno, Perse, muchas gracias. Qué tenga un hermoso día.

–¡Muchas gracias! Igualmente. –Engancha.

Miren. Esa señora lo que necesitaba era conocer a alguien que estuviera peor que ella para que se le devolvieran los ánimos. Y llegué yo, la única pendeja en el mundo sin una carta astral vigente por no saber a qué hora nací, a alegrarle el día con mi dolor. De nada, doña. 

La realidad es que esta odisea no termina aquí. Pero ya voy por las 2000 palabras y las estadísticas indican que, probablemente, todos ustedes, si es que siguen aquí, ya están JALTOS de leer. El próximo domingo les sigo contando mis desgracias en relación a la bendita carta astral. Si es que sigo viva porque me voy a desaparecer por unos días pa’ trabajar la tesis con calma. Lo cual me da piquiña en la teta, pero ni modo.

Por favor, les ruego que oren por mí. Gracias anticipadas.

Con amor pero jalta ‘e odio,

Una pendeja con el sol en Capricornio, la luna en Virgo y el ascendente en Cáncer. (Whatever that means.)

P.D. Continuará… (¡Dún, dún, dún!)

P.D.D. Si usted ha llegado aquí, le dejo saber que hoy leyó 2395 palabras. ¡Felicidades! (2397).

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