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CAJAS III

Buenas, lectores. Primero que nada, ¡Feliz Año! Espero que el mismo les traiga prosperidad, salud y placeres previamente inimaginables. Hoy les traigo mis más recientes pensares ya que el 2022 ha traído consigo todo tipo de cosas, entre ellas experiencias nuevas para disecar.

Mientras limpiaba mi habitación, la cual estaba hecha mierda ya que los “winter blues” siempre me visitan, me topé con la caja vacía de los últimos zapatos que compré: unos “loafers” marca UGG que son disque “gender-neutral”. A pesar de que me hacen sentir bien básica, especialmente cuando los acompaño con un cafecito de Starbucks, admito que los amo porque son cómodos y calientitos. El invierno de Atlanta no es tan malo como los inviernos de Massachusetts e Illinois, pero esta sangre Boricua los resiente de todas formas.

Ahora, los zapatos y los inviernos son irrelevantes aquí. Lo que importa de verdad es la caja vacía en la cual vinieron los zapatos, los cuales compré online porque los malls (entiéndase, moles) me dan estrés. En buen puertorriqueño, la cajita está chula. Es robusta y está bien hecha. Tan pronto la vi, se me llenó la mente de posibilidades. Por ejemplo:

Coño, aquí podría guardar algunas de mi libretas.

Puñeta, no, aquí podría guardar mis esmaltes y otras herramientas que uso para hacerme las uñas…

Carajo, aquí podría guardar…

MIERDA. Me cago en na’. Yo sé que si me quedo con la bendita caja lo que voy a meterle adentro en mierda. Papeles viejos con poemas que nunca voy a publicar; caricaturas que dibujé mientras escuchaba a mis profesores hablar de algún concepto esotérico que de alguna forma explica alguna realidad cuasi-universal; y quizás recibos de la última vez que fui a Chick-fil-A a comer pollo satánico (lo cual admito ocurre entre 2-5 veces al año—que me perdone Dios, la virgen y toda la gente cuir del mundo. Amén.).

Mientras admiraba la caja, contemplaba el siguiente predicamento: ¿Cuál es el valor de vivirme una película de bajo presupuesto? En la misma, conozco a una persona en un “dating app”. Me monto en mi carro y guio una hora para conocerle. Nos damos hasta dentro ‘el pelo. Me enchulo como no hacía hace años. Le pregunto que quiere de mí y me contesta “sexo”. Entonces me toca tomar todas estas cartas de amor y lujuria que yo le había escrito prematuramente a esta persona y metérmelas en el culo. O sea, meterlas en la caja bonita que en realidad no es nada más que un contenedor de cartón donde vinieron unos zapatos feos pero cómodos. Medito. Contemplo aceptar la propuesta, pero mejor decido que mi tiempo es oro y que no me pienso dar el lujo de sentarme a escribir guiones que no vayan a ganar Oscares. Después de todo, yo soy un mujerón. Que diga, la protagonista de la película sería un mujerón, bicha como ella sola, gorda y fabulosa como la Venus y, de paso, se sabe dar su puesto. Esto de escribir historias sobre mujeres gordas que aceptan migajas es cosa del pasado. También es una falacia. Yo estoy gorda porque cuando me como el pan, me como el bollo completo y no dejo residuos. Carajo. Que diga, Amén.

Cuando pienso en todos los sistemas sociales, económicos y políticos que estructuran nuestro diario vivir, me doy cuenta que los mismos son como el cuco. El cuco no tiene cara ni cuerpo y, dependiendo quien esté contando el cuento, sus intensiones varían. Por ejemplo, según mis bisabuelas, que en paz descansen porque en poder vivieron, el cuco secuestra niñes que no se bañan. A pesar de su inmaterialidad, en mi niñez, el poder de la palabra “cuco” arruinó muchas de mis mejores noches – esas en las cuales el sucio bajo mis uñas significaba que había estado todo el día en la calle, encaramada en cuanto árbol había en la urbanización, entre otras aventuras para “niños”. Ahora que lo pienso, en mi niñez, pocas veces tuve un grupo de amistades niñas. De hecho, siempre solía ser la única niña en un grupo de varones. Me tocará contemplar esa vivencia en un futuro blog post.

Pasa una semana y mi cuco es un hombre guapísimo y brillante y el hecho de que su futuridad y la mía no existen en la misma dimensión. Mas al fin de cuentas, y luego de un poco de una persuasión cuasi-romántica de índole nostálgico, porque el bien cabrón sabe lo que hace, boté la caja pero me quedé con el cuco. Después de todo, descubrí que “sólo sexo” también puede ser tremenda producción. Creo que a eso le llaman porno y tengo entendido que puede ser ética, dejar chavos y hasta ganar premios. Y tu cuco, ¿a ‘onde está?

Hasta la próxima.

Con lujuria, pero que me perdone Dios,
La zorra de los palos

CAJAS.

Hace ya muchos meses, escribí un estado de Facebook preguntándole a mis amistades lo siguiente: “Si comienzo un blog, ¿quién lo lee?” Muchas personas dijeron “Yo” y, pues, yo me lo creí.

Hace unos días atrás, participé en unas “carreritas de escritura” (entiéndase: “writing sprints”) dirigidas por la autora puertorriqueña Alexandra Román. Durante esas carreritas, trabajé lo que sería mi primer blog post. Eso no es lo que ven aquí. Esa entrada creció mucho y editarla me tomará energía que no tengo ahora mismo. Pero si sigo esperando, nunca voy a comenzar esta vaina. Me conozco. Hoy dije: ¡me lanzo!

Como estoy aburrida en estos momentos, les voy a contar sobre mi día.

Cerca de donde vivo—sí, en el p(l)a(n)tano—hay un restaurante de comida criolla que no es ni delicioso ni desagradable. Lo corre una mujer Niuyorican que me contó su vida entera la primera vez que la conocí, pero hoy me habló como si nunca me hubiera conocido en la vida. No hay problema con eso. Es normal. Pero ese no es el punto de esta anécdota. Sólo un dato curioso.

El punto del cuento es el siguiente: en ese restaurante, en lugar de vender mofongo relleno de pechuga, venden pechuga rellena de mofongo. Lo encontré curioso y pedí una.

Ahora que lo pienso, ese tampoco es el punto de esta anécdota. El  punto ha de ser este: mientras esperaba para pagar, uno de los cocineros sale de la cocina para cuchichear con Doña Niuyor. Como yo soy entrometía, me le quedo mirando. Él nota mi mirada, porque es inevitable no notarla. Desde pequeña me decían lo mismo: “Karla Marie, tienes una mirada muy intensa”. Creo que es por eso que se me hace difícil mirar a las personas a los ojos. Una parte muy pequeña e ilusa de mí vive bajo la mentira—o la verdad—que si miro a las personas muy fijamente, se manifestaran sin permiso todos sus secretos. Pero eso no viene al caso.

El caso es el siguiente: el hombre en discusión me mira intensamente a los ojos y me suelta una sonrisa bien pero que bien pícara. Mi corazón dio un brinquito. El muchacho tiene una sonrisa preciosa, la cual tuve la dicha de admirar porque el susodicho no estaba usando máscara. Le sonrío de vuelta porque una sonrisa no se le niega a nadie, mucho menos si ese “nadie” tiene la sonrisa bonita.

El intercambio sólo dura unos segundos. El muchacho se vuelve y sigue con su chisme. Por algún motivo, me le quedo mirando. (El motivo es que él sigue susurrándole cosas a la doña y yo soy entrometía.) Él se da cuenta que lo estoy mirando y sube la vista, vuelve a mirarme a los ojos y nos quedamos así por unos segundos. El muchachito es bien lindo. Es bajito y flaquito, trigueño, y tiene un “flow” calle muy pícaro. No, no es el chisme lo que me atrae. Ahí es que me percato que lo estoy mirando porque siento una atracción muy leve–o quizás no tan leve–hacia este muchacho tan carismático. Esto es muy curioso porque hacía más de una década que no sentía atracción alguna hacia un hombre cis.

La realización me saca del trance y, sonrojada, redirijo mi mirada al suelo, confundida. Tampoco estoy acostumbrada a inspirar atracción en hombres así (entiéndase: lindos,  pícaros y atrevidos). Pero a ese hombre le gusté, mira que jodienda. Y lo sé porque ya una vez sentada, el seguía saliendo de la cocina para hacer literalmente nada más que mirarme, haciendo ruido y cosas raras para inspirar mi mirada. No lo logró. A mí todo me da vergüenza y la vergüenza es el espanta-polvo más efectivo que la religión y otros mecanismos opresores han inventado/empuñado.

Eventualmente, el muchacho se rinde, porque aunque estoy loca por sonreírle de nuevo, no tengo la energía para ser “cute” con él ni con nadie. Me sigo comiendo mi quesito de guava-cheese que, al fin y al cabo, está más bueno que’l tipo que definitivamente no me voy a tirar.

Ahora que lo pienso, ese tampoco era el punto de esta anécdota. Sólo otro dato curioso sobre mi día.

El punto ha de ser este: hoy me puse un traje para salir de la casa. Si alguna de mis amistades está leyendo esto, estoy segura que voy a escuchar el: “WHAAAAAAAT!?!?!?!?” en mi casa sin importar que tan lejos estén de mí. El sonido de la sorpresa siempre viaja a la velocidad de un DM. ¿Será por el traje que le gusté a Mr. Ojitos? Le apodaré “Mr. Ojitos” en lugar de “Mr. Sonrisa” porque siento que los ojos son personajes importantes en este cuento.

¡Ajá! ¡Me acordé del punto de la anécdota! Sigo en el próximo párrafo.

Antes de ir a comprar mi pechuga rellena de mofongo (y envuelta en tocineta), paré en Staples. La realidad es que el motivo de mi salida era ese: ir a Staples. Allí compré 10 cajas para empacar libros ya que en agosto regreso a Atlanta a culminar el doctorado de la muerte. (¡Dún dún dún!) También compré dos libretas que no necesito para nada, pero eso no viene al caso. Cuando fui a pagar, el punto culminante de la historia tomó lugar. He aquí esa historia:

Estoy caminando hacia la caja con 10 cajas. Me duelen los dedos porque no se me ocurrió agarrar un carrito y las cajas pesan. El traje se me está subiendo y, si no me apuro, mi culo se verá expuesto. Me pica la teta. (No me picaba la teta pero quiero que eso sea parte de la historia.) Camino tan rápido que parezco liebre dando brinquitos. Por fin llego a mis destino y pongo las cajas sobre la caja. La cajera me dice:

–Can you please move them over there! This one’s closed! I’m sorry!

No digo nada y muevo las cajas. Ella me hace preguntas pero yo la ignoro porque estoy mirando las libretas Moleskin (mis favoritas) que tienen al lado de la caja. Los malditos saben lo que hacen. (Los malditos son los diseñadores de tiendas.) Caigo en la trampa.

–One sec… ­–Le digo a la cajera sin mirarla y me acerco a las libretas. Agarro dos. (NO LAS FOKIN NECESITO.) –These, too, please.

–Sure! Do you have our rewards card?

–I’m not sure.

–If you give me your phone number, I can check!

–Sure. It’s 787… –I get distracted by something.

–Siete-ocho-siete…

–Yes, siete-ocho-siete… –Wait… ¿Por qué carajo me está hablando en español? ¿Está malo mi inglés hoy? Ignoro mi paranoia. –Sí, 787-blah-blah-blah-blah-blah-blah-blah.

–¿Quiere comprar una de estas cajitas de materiales escolares?

–No, no la necesito. –Le respondo luego de considerar el contenido.

La muchacha se queda callada. Noto que quiere decir algo pero esta debatiendo si debe hacerlo. La miro intensamente ya que es la única mirada que tengo. Considera no decir nada. Ha de ser que mi mirada intensa la tiene nerviosa. Le sonrío porque, lamentablemente, aun cuando estoy de buen humor parezco bicha. Qué quede claro que no lo soy. Y aunque lo fuera, la muchacha es brava y me zumba la siguiente explicación:

–No sería para usted. Nosotros las donamos a niños que necesitan materiales escolares. –Señala un barril azul lleno de cajitas amarillas.

Suspiro avergonzada. Me siento pendeja. Quizás ella ya me había explicado esto y yo no la escuché por estar pendiente a las libretas que no necesito.

–Bueno, pues entonces sí la compro. Soy maestra. ¿Y qué tipo de maestra sería si no cooperara con esta causa, no?

–¡Wow! Eres maestra. Qué hermoso. ¿Te gusta dar clases en Florida?

–Bueno, en realidad soy candidata doctoral en una universidad en Atlanta. Doy clases allí. Me gusta.

–¡Wow! Haz de tener muchos estudios. Yo estaba estudiando en Puerto Rico…

–¡Ah! ¡Mira que bien! Eres de Puerto Rico.

Con mi distracción crónica, enfermedad de la cual siempre he padecido, ni cuenta me di del acento. Ahora entiendo tanto. Es Boricua. Por eso el “code switch”. I should’ve known!

–¡Sí! Supe que también era puertorriqueña por el 787. ¿De qué parte eres?

Le sonrío a la muchacha que es, indudablemente, más joven que yo. Gen Z, asumo. Mi corazón se llena de emociones bonitas. Si les soy honesta, no hay cosa que me guste más que encontrarme con Boricuas en la diáspora. Llevo 6 años por acá. Ha sido difícil. Pero eso es un blog post para otro día.

–Soy de Mayagüez. De hecho, me gradué de la UPR de allí, del Colegio.

–¡Wow! Yo estaba estudiando en el Recinto de Carolina. Ese era mi sueño, estudiar allí. Pero lo tuve que dejar y venirme para acá a trabajar.

Admito que una parte de mí se murió cuando dijo eso. Pero le sonreí con ternura, como si nada, porque no hubiera sido sensible continuar el tema.

–¿Cuánto es?

–Así que te graduaste de la UPR… –Me dice. –Y ahora estás haciendo un doctorado. Tienes muchos estudios.

No sabía como sentirme ni qué decir. Dije lo siguiente:

–Sí. Me gradué del Colegio. Hice la maestría en una universidad en Illinois…

–¡Wow! Muchos estudios.

Sonrío de nuevo.

–Y ahora el doctorado en Atlanta.

Le pago las cajas y las libretas.

–Sabes, –Le digo. Obvio que no sabe, pero le informo, –Llevo tiempo contemplando empezar un blog. Ya compré el domain. Parte de lo que quiero hacer es subir “tips and tricks” para estudiantes Boricuas, especialmente para aquellos que estén contemplando una educación graduada. Por ejemplo, que he hecho que me ha resultado y que cosas me han salido terriblemente mal. Entre otras cosas del diario vivir…

–Deberías hacerlo. Tienes muchos estudios. Ayudaría.

–Quizás algún día vuelvas a estudiar. –Trato de alentarla porque me veo en ella. Veo sus ganas. También veo sus obstáculos. No son su culpa.

–Quizás si escribe su blog. –Me dice.

Sonrío. Agarro las cajas y las libretas y, antes de darme la vuelta le digo:

–Quizás. Gracias. Cuídate.

–¡Nos vemos! ¡Cuídese!

Puñeta. Estoy vieja.

Fin.

Señorita de Staples, he aquí mi “quizás” materializado. Si usted lee esto y necesita ayuda volviendo a estudiar, pues, mis conocimientos, dentro de mis posibilidades, son suyos también. Y del que los necesite.

No creo que todo lo que escriba en este espacio sea sobre la academia. Había una vez un mundo en el cual la academia era mi todo. Soberano error. Mi primer consejo para futuros estudiantes graduados es el siguiente: no haga de su trabajo su todo. Su todo vale más de lo que le van a pagar. Entonces, sólo entregue lo necesario. Aprenda a guardar partes de usted para usted.

Con amor, hasta la próxima,

La Maestra