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CAJAS II: LA MUDACIÓN Y SUS RITMOS.

Atlanta se siente diferente. “Tiene buen yuyu”, dice mi padre, “sólo tienes que ser paciente”. O algo así. Él siempre percibe cosas que yo no. La marea de la vida nos lleva a todes a perspectivas diferentes. Por eso me divierte, a veces, conversar.

Mientras escribo estas palabras, está lloviendo. Estará lloviendo todo el día.

Han pasado 24 horas desde la lluvia. Fui a Target con mi housemate y compré cosas: libreros, una lámpara, un air fryer—objetos que ayudan a que los espacios se sientas más hogareños. Me place curar este espacio con una estética nueva: una que diga “mira que grande soy”. Me place curar. Por eso también compré mascarillas—o como les digo a veces, cuando nadie me escucha, “curitas para los pulmones”—y animal crackers (de esos que están cubiertos en frostin’ blanco y rosita, sin importar que me suban el azúcar… Me hacen sentir niña de nuevo y eso hace que valgan la pena). Me place gastar dinero en artículos para el hogar—y placeres para mi cuerpo, que también es, hasta cierto punto, un hogar.

Aún así, confieso:

Es raro estar de vuelta en la ciudad. Las ciudades no me gustan tanto que digamos: son ruidosas, veloces y pasajeras. No quiero generalizar, pero percibo, con relativa certeza, que aquí casi nadie se detiene a observar los entornos por más de unos minutos. La gente va y viene con mucha prisa. El amor es efímero, como en aquella canción de Laura Pausini. El tiempo se hace agua.

El fenómeno más alarmante es como las identidades, inclusive aquellas a las cuales te haz aferrado por muchos tiempo, mutan a una velocidad increíble.

¡Puf!

Cambiaste.

¡Puf!

De nuevo.

Un día eres alguien y al otro te haz transformado en alguien más. Y todo en un abrir y cerrar de ojos. A veces el cuerpo ni permiso te pide. Sólo obra a su favor, siguiendo su brújula interna, aquella que indica que el nuevo norte requiere que te sometas a ciertas modificaciones (internas o externas—la realidad varía). Darwin decía que la vida es del que se adapta—o algo así, nunca me ha dado con leer al tipito ese con muchísimo detenimiento—pero eso me parece un poco miope… Al menos tomarlo literalmente. Pienso que hay mierdas a las cuales no nos debemos adaptar. Pero esa es una tangente para otro día.

Por hoy, quiero hablar un poquito sobre los ritmos y los espacios (no se preocupen, seré breve):

Extraño el pantano. A pesar de que era, hasta cierto punto, más ruidoso que este pedacito de ciudad que llamo mío.

Extraño a las ranas y a los lagartos—aunque son bien feos y me dan un poco de asco y miedo.

Extraño a mi familia: tanto los abrazos como las peleítas bobas. La distancia hace que uno aprecie cosas que, en el momento, parecían ser una molestia. Las apariencias engañan, como tode puertorriqueñe sabe. Esas cosas mal dobladas, como estas palabras tan insuficientes, se han convertido en anhelos súbitos:

Ejemplos:

El sónido de la puerta cuando mi hermano llegaba del trabajo; las perras de papi ladrando todo el día porque lo extrañan; el llanto lejano de un bebé o dos; las conversaciones en la cocina; las interpretaciones de sueños en la mañana; las risas de les niñes corriendo bicicleta en la urbanización; etc., etc..

Más ejemplos:

Cotidianidades. Familiaridades. Vivencias irremplazables.

Mas aún así, la ciudad me llama. Y en esta ocasión tan ocasionada, me invita a que la bese.

La ciudad me dice:

Acaríciame. Me hacías falta. Extrañaba tu pulso ligero. Obsérvame. Necesito saber que alguien cuenta mis flores. Necesito saber que alguien resiste parpadear ante mis bosques y mis rascacielos. Escríbeme. Dime que mis ahoras tienen valor. ¡Dime que mis ahoras tienen valor!

Puñeta, Atlanta, cálmate. Tengo otras cosas que hacer—tales como:

Disfrutar de la compañía de amigues y colegas brillantes que me retan a expandir mi pensar, a veces, tan conservador y práctico. Disfrutar de la compañía de amigues y colegas que me retan a simplificar mis radicalidades también. Es un sube y baja esta vida tan loca. ¡Pero qué sube y baja!

Gracias a todes les que caminan conmigo, aun a sabiendas que me muevo despacio y con recelo.

Gracias por leerme.

Con amor,

Un caminante haciendo camino al andar.